Hola... Me pareció extraño que mi buen amigo, el “loco de la colina”, hubiese dejado su lugar habitual del parque que colinda con mi casa y viniese a visitarme a mi oficina. Pero para mí, como para muchos de mis amigos lectores, es enormemente gratificante el poder escucharle. Le pregunté a qué se debía su visita. Me dijo que esa noche -hacia el amanecer- escuchó la voz de Dios mientras oraba y en ella sintió que las palabras que fluían de los labios del Señor eran el bálsamo más tranquilizador que jamás en su vida hubiera escuchado.
Yo estaba sorprendido, aparte que siempre me ha llamado la atención sus historias y sus reflexiones. Le dije que me hablara y que recordase lo que el Señor Jesús le había dicho en este amanecer. El “loco de la colina” me dijo:
“*Cuando todo parece perdido, y la esperanza desaparece, búscame, estoy a tu lado aunque no me veas.
*Cuando lágrimas insistan en caer de tus ojos, recuerda la sangre que derramé para que fueras feliz.
*Yo tengo mi tiempo y soy dueño de la vida y de la muerte, porque sólo morirás en mi tiempo.
*Cuando todo parezca triste, los desamores, la falta de creencia y las desesperanzas, insiste en tomar en cuenta a tu corazón; búscame porque nunca abandoné a quien de Mí estaba necesitado. Y no serás tú, que confías en Mí, a quien Yo dejaré desamparado.
*Pon una sonrisa en tu rostro, levanta la cabeza y sigue de frente, luego sentirás mi presencia y todo se resolverá.
*Las tristezas no caben en mi mundo y si te pruebo en las cosas de la vida, es porque sé que tienes fuerza suficiente para enfrentarlas. Yo soy tu Dios, jamás te abandonaré... Por lo tanto, hijo mío, espera y confía... porque en mi tiempo todo lo resolveré. Entrégate a Mí sin miedo, porque ningún padre de este mundo abandona a su hijo. Acepta entonces las pruebas a las que te someto, porque éstas sólo servirán para engrandecer tu espíritu, así te volverás mensajero de mis palabras y serás testimonio vivo de mi poder y de amor para todos aquellos que confían en Mí.
Porque Yo soy la luz del mundo y aquel que me siga, jamás andará en tinieblas”.
Como siempre, agradecí al “loco de la colina” por estas palabras que dejo como oración para esta noche.
Gracias por llegar hasta aquí. ¡Hasta la próxima semana! ¡Que Dios nos bendiga!
En la Vida hay Cosas Más Importantes
Hola... No cabe la menor duda que de las experiencias vividas cada día, podemos marcar la diferencia en el momento que queramos transmitir valores, sobre todo cuando éstos son dirigidos a los niños y adolescentes.
Quiero contarte una experiencia vivida en esta semana: “Me encontraba en la Capilla del Colegio con unos estudiantes que cursan el Segundo de Secundaria -estamos hablando de jóvenes de trece años de edad-. Eran aproximadamente las diez de la mañana y les conversaba de la necesidad que tenemos de vivir en plenitud aquello que estamos pasando en cada circunstancia, y que si queremos gozarlo plenamente, debemos estar siempre con los cinco sentidos puestos en aquello que hacemos.
En un momento, uno de los jóvenes me preguntó si yo en ese instante estaba pensando lo que les decía o pensaba en el partido que España estaba jugando contra Suiza.
Les expliqué a todos que si hubiese decidido ver el partido podía haberlo hecho, ya que me hubiera quedado en una sala donde hay televisor y, tranquilamente, ellos se quedarían continuando sus clases normales de cada día. Y no lo hice, sencillamente porque ustedes -les dije- son para mí más importantes de lo que puede ser un partido de fútbol, que en el fondo no ha de ser sino una bonita diversión, cargada de muchas emociones, ciertamente. Terminado el partido todo acaba; sin embargo, mi compromiso con ustedes no es sólo para este momento, sino el poder decirles que en la vida hay cosas más importantes y una de ellas es la responsabilidad. Más aún, les digo, van a ver que dentro de unos minutos va a entrar a la Capilla el Padre José Luis, a quien ustedes conocen y saben lo que le gusta el deporte e, incluso, juega fútbol y, por supuesto, como español, pensarían que pueda estar viendo el partido, pero él tiene la responsabilidad de acompañarme y acompañarlos para la confesión; pues verán cómo va a venir. No terminé de hablarles y el Padre José Luis entraba para ubicarse en el lugar en el cual los jóvenes iban a confesarse”.
Al iniciar esta conversación contigo, te indicaba cómo a veces la vida nos lo pone muy fácil para demostrarles a aquellos a quienes algo queremos enseñarles, cómo las teorías pueden ser discutibles y, después de todo, se las puede llevar el viento; sin embargo, los actos concretos pueden quedar señalizados para la eternidad.
De manera especial a todos los PAPÁS, a los cuales puedo llegar en esta oportunidad, les deseo de corazón un “FELIZ DÍA”, al mismo tiempo que pido al Altísimo para ellos una especial bendición.
Gracias por llegar hasta aquí. ¡Hasta la próxima semana! ¡Que Dios nos bendiga!
Quiero contarte una experiencia vivida en esta semana: “Me encontraba en la Capilla del Colegio con unos estudiantes que cursan el Segundo de Secundaria -estamos hablando de jóvenes de trece años de edad-. Eran aproximadamente las diez de la mañana y les conversaba de la necesidad que tenemos de vivir en plenitud aquello que estamos pasando en cada circunstancia, y que si queremos gozarlo plenamente, debemos estar siempre con los cinco sentidos puestos en aquello que hacemos.
En un momento, uno de los jóvenes me preguntó si yo en ese instante estaba pensando lo que les decía o pensaba en el partido que España estaba jugando contra Suiza.
Les expliqué a todos que si hubiese decidido ver el partido podía haberlo hecho, ya que me hubiera quedado en una sala donde hay televisor y, tranquilamente, ellos se quedarían continuando sus clases normales de cada día. Y no lo hice, sencillamente porque ustedes -les dije- son para mí más importantes de lo que puede ser un partido de fútbol, que en el fondo no ha de ser sino una bonita diversión, cargada de muchas emociones, ciertamente. Terminado el partido todo acaba; sin embargo, mi compromiso con ustedes no es sólo para este momento, sino el poder decirles que en la vida hay cosas más importantes y una de ellas es la responsabilidad. Más aún, les digo, van a ver que dentro de unos minutos va a entrar a la Capilla el Padre José Luis, a quien ustedes conocen y saben lo que le gusta el deporte e, incluso, juega fútbol y, por supuesto, como español, pensarían que pueda estar viendo el partido, pero él tiene la responsabilidad de acompañarme y acompañarlos para la confesión; pues verán cómo va a venir. No terminé de hablarles y el Padre José Luis entraba para ubicarse en el lugar en el cual los jóvenes iban a confesarse”.
Al iniciar esta conversación contigo, te indicaba cómo a veces la vida nos lo pone muy fácil para demostrarles a aquellos a quienes algo queremos enseñarles, cómo las teorías pueden ser discutibles y, después de todo, se las puede llevar el viento; sin embargo, los actos concretos pueden quedar señalizados para la eternidad.
De manera especial a todos los PAPÁS, a los cuales puedo llegar en esta oportunidad, les deseo de corazón un “FELIZ DÍA”, al mismo tiempo que pido al Altísimo para ellos una especial bendición.
Gracias por llegar hasta aquí. ¡Hasta la próxima semana! ¡Que Dios nos bendiga!
Le Pedí a Dios
Hola... Esta semana, en las primeras horas del amanecer del jueves, salí a pasear al parque que está cerca de mi casa. Estaba lloviendo ligeramente, el cielo completamente nublado, la lluvia persistente y en poca cantidad. Necesitaba caminar y encontrarme con mi amigo el “loco de la colina”.
Al verme llegar hacia él me dijo: -¡Te has levantado temprano! Le respondí: -Tú lo has hecho primero. Quiero escucharte. Y comenzó diciéndome:
“Todo el mundo piensa en cambiar a la humanidad, casi nadie busca en cambiarse a sí mismo. Cuando era joven fui un revolucionario y le pedí a Dios que me diera las fuerzas suficientes para poder ser yo quien cambiase al mundo. Los resultados no aparecían por ninguna parte y en el camino me iba desanimando, pero la experiencia de los años me fue convirtiendo en un hombre más centrado y, posiblemente, menos visionario e idealista. Por ello, en mis años de adulto, cuando hice un profundo análisis de lo que había sido mi vida hasta ese momento y observaba que el mundo seguía igual, comencé a implorarle a Dios de manera diferente: Señor, dame la gracia de poder transformar a aquellas personas que están en mi entorno, a mi familia, a mis amigos, a quienes quieran escucharme... Por lo menos a ellos que con tu fuerza estoy seguro de que los puedo transformar.
Mi querido amigo -me dijo- ahora como ves, soy un viejo vagabundo que hasta para dormir no necesito nada más que la banca de un parque; quizás algún día en que quieras conversar conmigo, vas a encontrar la banca vacía y a este pobre “loco de la colina” partiendo a la eternidad. Pero sí quiero que sepas una cosa y deseo que la compartas con tus amigos: La oración diaria que hago es muy breve, pero con el pasar de los años estoy convencido de que es la única válida: “SEÑOR, DAME LA GRACIA DE CAMBIARME A MÍ MISMO”.
Cuando escuchaba a mi amigo el “loco de la colina” pensaba -e incluso él me lo dijo- correr a mi oficina y escribir en una hoja esta experiencia recién vivida con él. Sin embargo, me quedé sentado a su lado y en la serenidad de su mirada me di cuenta que solamente se vive una vez y que lo más importante que podemos construir como seres humanos no está fuera de cada uno de nosotros, sino en el corazón, en el alma, en el espíritu... Ser personas serenas, tranquilas, sobre todo cargadas de amor y que por lo pronto estemos en paz con nosotros mismos.
Regresé a mi casa y me ganó la tentación de escribirlo en estas líneas que hoy están llegando a ti.
Gracias por llegar hasta aquí. ¡Hasta la próxima semana! ¡Que Dios nos bendiga!
Al verme llegar hacia él me dijo: -¡Te has levantado temprano! Le respondí: -Tú lo has hecho primero. Quiero escucharte. Y comenzó diciéndome:
“Todo el mundo piensa en cambiar a la humanidad, casi nadie busca en cambiarse a sí mismo. Cuando era joven fui un revolucionario y le pedí a Dios que me diera las fuerzas suficientes para poder ser yo quien cambiase al mundo. Los resultados no aparecían por ninguna parte y en el camino me iba desanimando, pero la experiencia de los años me fue convirtiendo en un hombre más centrado y, posiblemente, menos visionario e idealista. Por ello, en mis años de adulto, cuando hice un profundo análisis de lo que había sido mi vida hasta ese momento y observaba que el mundo seguía igual, comencé a implorarle a Dios de manera diferente: Señor, dame la gracia de poder transformar a aquellas personas que están en mi entorno, a mi familia, a mis amigos, a quienes quieran escucharme... Por lo menos a ellos que con tu fuerza estoy seguro de que los puedo transformar.
Mi querido amigo -me dijo- ahora como ves, soy un viejo vagabundo que hasta para dormir no necesito nada más que la banca de un parque; quizás algún día en que quieras conversar conmigo, vas a encontrar la banca vacía y a este pobre “loco de la colina” partiendo a la eternidad. Pero sí quiero que sepas una cosa y deseo que la compartas con tus amigos: La oración diaria que hago es muy breve, pero con el pasar de los años estoy convencido de que es la única válida: “SEÑOR, DAME LA GRACIA DE CAMBIARME A MÍ MISMO”.
Cuando escuchaba a mi amigo el “loco de la colina” pensaba -e incluso él me lo dijo- correr a mi oficina y escribir en una hoja esta experiencia recién vivida con él. Sin embargo, me quedé sentado a su lado y en la serenidad de su mirada me di cuenta que solamente se vive una vez y que lo más importante que podemos construir como seres humanos no está fuera de cada uno de nosotros, sino en el corazón, en el alma, en el espíritu... Ser personas serenas, tranquilas, sobre todo cargadas de amor y que por lo pronto estemos en paz con nosotros mismos.
Regresé a mi casa y me ganó la tentación de escribirlo en estas líneas que hoy están llegando a ti.
Gracias por llegar hasta aquí. ¡Hasta la próxima semana! ¡Que Dios nos bendiga!
Ver Crecer a Tus Hijos.
Hola... Lo que a continuación vas a leer es la carta que una niña de nueve años le escribió a su mamá para que en su viaje de regreso de Lima a Milán la leyera, justamente en el momento en que el avión sobrevolase el Océano Atlántico. Dice así:
“Mami, me lo prometiste antes de salir de Lima. Sé que lo estás cumpliendo porque en este instante el avión que te lleva a Italia está sobrevolando el Océano Atlántico. Creo que es de noche y me imagino que las luces del avión están casi todas ellas apagadas e, incluso, las ventanillas están cerradas; por ello, te pediría que antes de dormirte, abras la ventanilla del avión para que, a través de ella, puedas ver el cielo iluminado y piensa que yo soy la estrella más luminosa.
Ahora mismo, aquí en mi camita en tu casa de Lima, aún no puedo dormir porque me imagino que tú seguirás pensando lo que me dijiste esta mañana, cuando salí rumbo al colegio, tú me abrazaste y te vi llorar. Junto a la maleta que estabas preparando pude ver mis fotos. No se me ha olvidado que me dijiste con mucha pena que lo que más sentías de todo es que te estabas perdiendo mi infancia.
Es cierto, mamá, que cuando te fuiste la primera vez, hace tres años, apenas yo tenía seis; claro que me daba cuenta, pero ahora tengo nueve y muchas noches lloro porque siento que me falta aquello que mis amiguitas del colegio me cuentan: Cómo sus mamás curan sus heridas, las cuidan cuando están enfermas, les preparan una rica comida, ven juntas la tele, les ayudan a hacer las tareas, le compran la ropa, salen a pasear... Yo las escucho y pienso que te tengo a ti, pero como estás tan lejos, nada de eso podemos hacer. Lo que más siento y me duele es que no puedo abrazar a mi mamá. Te entiendo, es tu profesión, estudiaste para eso y escuché cuando le hablabas a mi papi y le decías que aquí no tenías futuro para realizarte como profesional, pero la verdad es que te prefiero como MAMÁ. Quiero que sepas que agradezco tu esfuerzo, sobre todo pienso que tú estás sufriendo más que yo y eso a mí también me entristece.
Sé que un día seré como tú y, además, pensaré como tú piensas y querré a mis hijos como tú me quieres, pero no sé si podría irme a otro lugar que no sea aquel en el que estén tus nietos...”.
Por supuesto que esta carta es mucho más larga y simplemente me he permitido transcribirla, porque a veces algunas cosas es preferible escucharla de un desconocido, quizá porque duelen menos, pero no por ello dejará de ser tan verdad. Y una de esas verdades es que te pierdas VER CRECER A TUS HIJOS.
Hoy, más que nunca, te agradezco que hayas llegado hasta aquí.
¡Hasta la próxima semana! ¡Que Dios nos bendiga!
“Mami, me lo prometiste antes de salir de Lima. Sé que lo estás cumpliendo porque en este instante el avión que te lleva a Italia está sobrevolando el Océano Atlántico. Creo que es de noche y me imagino que las luces del avión están casi todas ellas apagadas e, incluso, las ventanillas están cerradas; por ello, te pediría que antes de dormirte, abras la ventanilla del avión para que, a través de ella, puedas ver el cielo iluminado y piensa que yo soy la estrella más luminosa.
Ahora mismo, aquí en mi camita en tu casa de Lima, aún no puedo dormir porque me imagino que tú seguirás pensando lo que me dijiste esta mañana, cuando salí rumbo al colegio, tú me abrazaste y te vi llorar. Junto a la maleta que estabas preparando pude ver mis fotos. No se me ha olvidado que me dijiste con mucha pena que lo que más sentías de todo es que te estabas perdiendo mi infancia.
Es cierto, mamá, que cuando te fuiste la primera vez, hace tres años, apenas yo tenía seis; claro que me daba cuenta, pero ahora tengo nueve y muchas noches lloro porque siento que me falta aquello que mis amiguitas del colegio me cuentan: Cómo sus mamás curan sus heridas, las cuidan cuando están enfermas, les preparan una rica comida, ven juntas la tele, les ayudan a hacer las tareas, le compran la ropa, salen a pasear... Yo las escucho y pienso que te tengo a ti, pero como estás tan lejos, nada de eso podemos hacer. Lo que más siento y me duele es que no puedo abrazar a mi mamá. Te entiendo, es tu profesión, estudiaste para eso y escuché cuando le hablabas a mi papi y le decías que aquí no tenías futuro para realizarte como profesional, pero la verdad es que te prefiero como MAMÁ. Quiero que sepas que agradezco tu esfuerzo, sobre todo pienso que tú estás sufriendo más que yo y eso a mí también me entristece.
Sé que un día seré como tú y, además, pensaré como tú piensas y querré a mis hijos como tú me quieres, pero no sé si podría irme a otro lugar que no sea aquel en el que estén tus nietos...”.
Por supuesto que esta carta es mucho más larga y simplemente me he permitido transcribirla, porque a veces algunas cosas es preferible escucharla de un desconocido, quizá porque duelen menos, pero no por ello dejará de ser tan verdad. Y una de esas verdades es que te pierdas VER CRECER A TUS HIJOS.
Hoy, más que nunca, te agradezco que hayas llegado hasta aquí.
¡Hasta la próxima semana! ¡Que Dios nos bendiga!
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