Le Pedí a Dios

Hola... Esta semana, en las primeras horas del amanecer del jueves, salí a pasear al parque que está cerca de mi casa. Estaba lloviendo ligeramente, el cielo completamente nublado, la lluvia persistente y en poca cantidad. Necesitaba caminar y encontrarme con mi amigo el “loco de la colina”.

Al verme llegar hacia él me dijo: -¡Te has levantado temprano! Le respondí: -Tú lo has hecho primero. Quiero escucharte. Y comenzó diciéndome:
“Todo el mundo piensa en cambiar a la humanidad, casi nadie busca en cambiarse a sí mismo. Cuando era joven fui un revolucionario y le pedí a Dios que me diera las fuerzas suficientes para poder ser yo quien cambiase al mundo. Los resultados no aparecían por ninguna parte y en el camino me iba desanimando, pero la experiencia de los años me fue convirtiendo en un hombre más centrado y, posiblemente, menos visionario e idealista. Por ello, en mis años de adulto, cuando hice un profundo análisis de lo que había sido mi vida hasta ese momento y observaba que el mundo seguía igual, comencé a implorarle a Dios de manera diferente: Señor, dame la gracia de poder transformar a aquellas personas que están en mi entorno, a mi familia, a mis amigos, a quienes quieran escucharme... Por lo menos a ellos que con tu fuerza estoy seguro de que los puedo transformar.

Mi querido amigo -me dijo- ahora como ves, soy un viejo vagabundo que hasta para dormir no necesito nada más que la banca de un parque; quizás algún día en que quieras conversar conmigo, vas a encontrar la banca vacía y a este pobre “loco de la colina” partiendo a la eternidad. Pero sí quiero que sepas una cosa y deseo que la compartas con tus amigos: La oración diaria que hago es muy breve, pero con el pasar de los años estoy convencido de que es la única válida: “SEÑOR, DAME LA GRACIA DE CAMBIARME A MÍ MISMO”.

Cuando escuchaba a mi amigo el “loco de la colina” pensaba -e incluso él me lo dijo- correr a mi oficina y escribir en una hoja esta experiencia recién vivida con él. Sin embargo, me quedé sentado a su lado y en la serenidad de su mirada me di cuenta que solamente se vive una vez y que lo más importante que podemos construir como seres humanos no está fuera de cada uno de nosotros, sino en el corazón, en el alma, en el espíritu... Ser personas serenas, tranquilas, sobre todo cargadas de amor y que por lo pronto estemos en paz con nosotros mismos.

Regresé a mi casa y me ganó la tentación de escribirlo en estas líneas que hoy están llegando a ti.

Gracias por llegar hasta aquí. ¡Hasta la próxima semana! ¡Que Dios nos bendiga!

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