Hola... Al atardecer de la semana pasada me dirigía desde la ciudad de León a mi entrañable pueblo San Román de los Caballeros. El trayecto lo hacíamos mi familia y yo en el auto que mis sobrinos han denominado como “canoso”; al volante mi sobrina, cuya maestría en el manejo ha de ser envidiable por los más conspicuos choferes que existan en el mundo; por supuesto que esto lo veo con ojos de tío que adora a sus sobrinos y, en este caso, a mi sobrina Patricia.
Resulta que en cualquier momento cruzan por la carretera unos animalitos que nosotros conocemos con el nombre de erizo; en muchas oportunidades los pobres mueren aplastados en el asfalto porque los choferes no pueden esquivarlos; pero no fue este el caso del erizo que se nos cruzó, por la habilidad del manejo de mi sobrina Patricia y, además, es impresionante la vista de lince que tiene mi sobrino Pablito.
Aplaudida la acción, les conté a mis sobrinos aquella fábula en la que se relata cómo hace miles de años, en la Edad de Hielo, muchos animales murieron a causa del enorme frío; sin embargo hubo un animal, el erizo, que se dio cuenta de cómo la situación se convertiría en catastrófica si no hacían algo al respecto. Pasó la voz de alarma a todos los erizos y decidieron unirse en grupos, de esa manera se aliviarían y se protegerían entre sí produciéndose calor, pero las espinas de cada uno de ellos herirían sus cuerpos.
El caso es que, por las espinas, las heridas les hicieron tomar la decisión de alejarse unos de otros, al mismo tiempo que se veían cómo se morían congelados. Entonces tuvieron que hacer una elección: Aceptaban las espinas de sus compañeros o simplemente desaparecerían de la faz de la tierra. Por supuesto que primó el criterio sabio y la decisión de volver a estar juntos. Es cierto que se producían pequeñas heridas, pero poco a poco, por ese espíritu de sobrevivencia supieron ajustar sus espinas unos a otros, de manera que el calor que causaban al estar juntos, siempre era mucho más grande que los pequeños inconvenientes que les pudieran ocasionar las espinas.
Transcurríamos en estos menesteres antes de llegar al pueblo y la avidez de la historia y la intuición de mi sobrino, nos hizo llegar a esta conclusión: Las personas no somos perfectas; por lo tanto, es importante en la vida de comunidad aprender a vivir con los defectos de los demás y, por supuesto, valorar y admirar sus cualidades.
Yo te digo: Todos tenemos espinas, pero también todos podemos producir calor humano y eso es lo que importa.
Gracias por llegar hasta aquí. ¡Hasta la próxima semana! ¡Que Dios nos bendiga!
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