El camino a la Santidad





Hola... Apenas fueron 33 días en la década de los 70, la ciudad de Roma lloraba la muerte del Papa Pablo VI, al mismo tiempo que esperanzados, los romanos y los habitantes del planeta pedíamos al Señor que el Pastor de nuestra Iglesia continuase con acierto los logros de sus antecesores. Y el Señor nos concedió una ráfaga de viento fresco en la inconfundible sonrisa de Albino Luciani (Juan Pablo I). Apenas fueron 33 días, pero en ellos se creó el espacio para recibir al Papa Magno (Juan Pablo II).
La presencia de Karol Wojtyła fue tan arrolladora que muchos ya nos olvidamos. Era un hombre muy humilde y su sabiduría surgía de las entrañas mismas del ser humano. Lo sencillo lo convertía en divino, lo simple lo hacía grandioso. Hablaba como habla el hombre del campo, con franqueza y con sencillez. Sus escritos son tan sencillos y tan fáciles de entender que constituyen un lindo camino para poder recorrerlo y encontrarnos con el Señor.
Para muchos el tema de la confesión es hoy si no olvidado, al menos pareciera relegado a un cuarto o quinto lugar en la vida de los cristianos. ¡Qué pena que perdamos un espacio tan bello en nuestra vida y en nuestro camino de santidad!
Volvemos a Luciani; el 30 de mayo de 1976, dos años antes de ser consagrado Sumo Pontífice, siendo Patriarca de Venecia, fue a decir Misa a la Iglesia de los Capuchinos de Padua y en su homilía decía: -Todos somos pecadores, hay que tener presente esta triste realidad. Nadie puede evitar por mucho tiempo faltas pequeñas o grandes, pero como decía San Francisco de Sales: “Si tu asno cae en el camino ¿qué haces?, no lo vas a moler a palos, pobrecillo, bastante tiene con haberse caído. Tienes que cogerlo por el cabestro y decirle: Arriba, seguimos el camino y la próxima vez estaremos más atentos”.
Un Sacerdote, amigo mío, me comentaba que la gente le decía a Albino Luciani: -“Padre, me gusta que me confiese, pero usted es de manga muy ancha” (esta expresión española hace referencia de una persona que aparentemente es muy permisible, que por él cuela todo). Y Monseñor Luciani decía: -Pero, hijo mío, quien ha sido de manga ancha es el Señor; no soy yo el que murió por los pecados, fue Jesús quien lo hizo, bien ancho de manga que fue con el ladrón y con los demás. Jesús, por una parte se enfrenta con el pecado, pero por otra no lo hace, sino que se encuentra con los pecadores. El Señor no quiere el pecado, pero tiene misericordia de los pecadores. Es Jesucristo quien, desde la Cruz, le dice al buen ladrón: -Hoy estarás conmigo en el paraíso. Igual que a la mujer adúltera: -Tampoco yo te condeno, vete y en adelante no peques más.
El próximo domingo te cuento más cosas del Papa Juan Pablo I.
Gracias por llegar hasta aquí. ¡Hasta la próxima semana! ¡Que Dios nos bendiga!

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