Hola... Así me lo contó y al pie de la letra transcribo esta experiencia personal que marcó la vida de quien me narró esta historia:
Cuando mi marido falleció, mi hijo apenas tenía tres años de edad. Puse todo mi empeño en sacarlo adelante, al mismo tiempo que pude soportar el duelo por haber perdido a mi esposo, a través del cariño que ponía en mi hijo, viéndolo crecer lleno de vida en cuerpo y en alma.
Un día sentí que el mundo se me venía abajo; mi hijo adolescente sentía unos fuertes dolores en la rodilla derecha. Pruebas y exámenes médicos detectaron en él una gravísima enfermedad. Los Doctores me dijeron que la ciencia no podía hacer nada más, que todo quedaba en las manos de Dios. Y, como mujer de fe, puse toda mi confianza en Dios. En mi dormitorio había una imagen de la Virgen Dolorosa y ante ella encendía, junto a la llama de una vela, mi propio corazón en una confiada oración. Toda mi oración se resumía en esta frase: ¡Madre, sálvale la vida! Esta fue mi súplica insistente, repetida a cada instante y con tal confianza que no cabía en mí la menor duda de que la Virgen María me comprendería y escucharía mi pedido. Ambas éramos madres y, por lo tanto, sabía que era para mí lo más importante.
Sin embargo, la enfermedad seguía su curso, mi hijo empeoró día a día. La noche de su agonía vi cómo mi hijo se mostraba extraordinariamente sereno y me animaba a tener confianza en Dios. Lo acompañé en el velorio sin lágrimas en los ojos; no me quedaba una sola gota que no hubiese ya derramado. Después del entierro, cuando regresé a casa, pedí que me dejaran sola, entré a mi dormitorio, encendí la vela ante la efigie de la Virgen Dolorosa; allí mi pena se convirtió en protesta, miré la imagen ante la cual tantas veces le había suplicado con confianza e instintivamente la tomé, le di vuelta hacia la pared y le dije: No tienes corazón, ¿por qué no salvaste a mi hijo?.
Algo sorprendente sucedió en ese instante; en el reverso del cuadro con la imagen de la Virgen Dolorosa, encontré -cosa que no había visto nunca- una hoja de periódico que tenía la fotografía de un joven y al pie una leyenda que decía que aquel adolescente había sido condenado a cadena perpetua por las múltiples fechorías que había cometido. Luego escuché con nitidez la voz de mi hijo diciéndome: ¡Mamá, la Virgen escuchó tu oración, tú siempre quisiste lo mejor para mí, ahora estoy junto a ella esperándote! Volteé el cuadro y la Virgen me dijo: Yo sentí lo mismo cuando mi Hijo moría en la Cruz sin que el Padre hiciera algo por Él. Lo entendí después. Y sobre sus mejillas corrían dos lágrimas.
Gracias por llegar hasta aquí. ¡Hasta la próxima semana! ¡Que Dios nos bendiga!
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