Hola... Recién llego a mi oficina y durante la mañana he acudido a un cementerio para darle cristiana sepultura a un amigo fallecido. Después de las honras fúnebres me despedí de la familia y, como acostumbro hacer, suelo pasearme por entre las tumbas de quienes yacen enterrados en este cementerio. Es inmenso, todo verde... Y pienso: ¡Cuántas historias se guardan en ese lugar! Por ello, quiero contarte lo que me acaba de suceder: En el caminar por el campo santo me encontré a un joven que se ayudaba para caminar con muletas, me acerqué a él y le dije si podía acompañarlo en sus rezos. Por supuesto, me dijo, lo conozco a usted, sé que es un sacerdote, mi mami lo escuchaba con mucho cariño en la radio y estoy seguro que ella lo ha traído aquí para que, juntos, le recemos.
Mi historia es muy especial. Nací del corazón de mi madre. Desde que yo era muy pequeño ella me crió y, por sobre todas las cosas, lo más importante para mí es que nunca me sacó de su corazón. En su casa había una joven que le ayudaba en sus tareas domésticas. Un día la joven quedó embarazada y fui el fruto de ese embarazo, dándome a luz en el Hospital. Cuando mi mamá biológica me llevó a casa, teniendo apenas una semana, ella se fue y nunca más regresó. Nací con un problema en las caderas, por lo que he necesitado, por años, unos largos y dolorosos tratamientos.
Recuerdo de niño, cuando mi mami a quien hoy lloro ante esta tumba, me llevaba en su Volkswagen color rojo al Hogar Clínica San Juan de Dios, donde por interminables horas hacían mi terapia.
Recuerdo un día que estábamos jugando en un parque, me acerqué a ella y le pregunté: -¿Mami, por qué soy tan diferente a ti? ¡Diferente! -me dijo ella-. ¿Acaso tú y yo no hemos aprendido a amar juntos?, ¿acaso tú y yo no sonreímos de igual manera?, ¿acaso tú y yo no pensamos igual de la vida? ¿Quién te ha dicho que tú y yo no somos iguales? -No mami, tu piel no es igual que mi piel, tus ojos no son iguales que mis ojos.
Ella se quedó observándome. Su limpia mirada se vio acompañada por unas lágrimas y con mucha ternura me llevó hacia su pecho y sin dejarme un segundo me contó cómo había nacido yo. Mientras ella hablaba noté que su corazón latía muy fuerte y le dije: -Mami, tranquila, tú me has enseñado a amar y yo siempre seré tu hijo.
Después de lo que te acabo de contar, el joven me habló de la grandeza de espíritu de su madre, porque ella siempre le inculcó el amor a su madre biológica. Sobre todo rezábamos, a partir de ese momento, para que el Altísimo bendijese a aquella mujer que en su vida no había tomado la mejor decisión; sin embargo: DIOS SABE ESCRIBIR RECTO AÚN SOBRE RENGLONES TORCIDOS.
A todas las mamás: ¡FELIZ DÍA!
Gracias por llegar hasta aquí. ¡Hasta la próxima semana! ¡Que Dios nos bendiga!
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