Hola... Esta semana compartía mesa con un hermano agustino, quien hace más de cincuenta años trabaja en las diversas actividades que tiene la Orden de San Agustín en el Perú. Se llama P. Maximino Fernández, que, dicho sea de paso, es mi paisano; ambos nacimos a orillas del río Órbigo, muy famoso en España porque en él se dan las truchas más ricas del mundo.
Conversaba con el P. Maximino sobre la historia de la Parroquia Nuestra Señora del Consuelo; él -que ha sido fundador- tenía sabrosas anécdotas que yo escuchaba con el mismo entusiasmo que degustaba la paella que nos acababan de servir. Pero vayamos al tema; en la parte anterior de la vivienda de los Sacerdotes de la Parroquia hay un frondoso jardín que, en este momento, estoy observando y en el centro un enorme y tupido árbol; me contó que hace casi cuarenta años él mismo lo plantó en ese lugar. Este árbol tiene grandes ramas y ellas cubiertas de hojas que dan una visión espectacular a los ojos. Al ver este árbol pienso en aquel hombre que, desde la ventana de la casa de mi pueblo, yo veía cómo había plantado varios árboles en su jardín, a los cuales mimaba y cuidaba, pero extrañamente apenas si les echaba un poquito de agua.
Un día le comenté a mi vecino por qué siendo él un profesional y conocedor de los árboles, que los cuidaba y los mimaba con empeño, apenas los regaba. Mi vecino me contestó que, después de algunos años, me daría la respuesta. Y así fue, después de treinta años, en aquella zona donde mi vecino había plantado los árboles, los vientos huracanados y las lluvias torrenciales habían destruido muchos de aquellos árboles del entorno; sin embargo, los de mi vecino se mantenían fuertes y erguidos. Allí entendí su filosofía: “Les echo poca agua para que ellos, con sus raíces, puedan buscarla en el subsuelo y, mientras más profundas sean sus raíces, más fuertes y erguidos serán los árboles”.
La visión del enorme árbol que hace cuarenta años plantó, aquí en mi Parroquia, el P. Maximino y el recuerdo de los árboles plantados por mi vecino, me hacen pensar en voz alta que ¡cuántos papás les dan a sus hijos todo lo que les piden sin darles un espacio para que ellos mismos encuentren la respuesta a sus problemas! Por eso, me permito decirte, amigo lector: Aprende de la naturaleza y no por dar a los hijos todas las comodidades, los estamos haciendo fuertes para el futuro. Deja que ellos se fortalezcan desde sus propios descubrimientos.
Te dejo con una frase que leí en una camiseta en la ciudad de Santiago de Compostela: “Sólo desde el sacrificio se conquista la gloria”.
Gracias por llegar hasta aquí. ¡Hasta la próxima semana! ¡Que Dios nos bendiga!
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